lunes, 3 de septiembre de 2007

Septiembre...


Los minutos van pasando, despacio, esta tarde, como esas primeras hojas que caen de los árboles sin prisas, en un baile que se asemeja a un viejo ritual. Septiembre se ha colado en nuestras vidas sin que apenas hallamos tenido tiempo de darle la bienvenida. Aún hoy me sorprende la fragilidad de las cosas. Pese a lo vivido, sigo asustándome cuando pienso en lo rápido que rema el tiempo en su barca. Apenas hay tiempo de pensar. Sólo de vivir. De vivir, disfrutar y agradecer.
Y ya es Septiembre...Los despertadores se desperezan, las sábanas se pegan aún con los párpados hinchados, la ciudad recupera su ritmo frenético y las personas con las que me cruzaba a diario vuelven a formar parte de mi vida. Recuerdo que, cuando era pequeña, tenía la sensación de que todo era eterno, el verano larguísimo y las tardes en la calle interminables. Ahora todo pasa tan rápido... Septiembre ya ha deshecho su maleta y ha guardado su ropa de colores sepia y oro en el armario. Septiembre se ha instalado ya en mi corazón, y, mientras la gran mayoría vuelve a la rutina, a la depre post-vacacional y a los madrugones, yo bajo revoluciones y comienzo a tachar en el calendario las horas que quedan para escaparme de mi día a día.
Septiembre me sonríe desde el pasillo, para recordarme la brevedad de las cosas y la necesidad de disfrutar de cada momento. Me pregunto que instantes fugaces, que sorpresas, que enseñanzas, traerá en esa maleta dorada que ya descansa a los pies de mi cama...

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