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Nunca entendí por qué no me gustan los aeropuertos y las estaciones. Siempre me invaden sensaciones que no son del todo agradables: melancolía, tristeza... He intentado, desde hace mucho tiempo, buscar una respuesta que no encontraba por ninguna parte...A veces pensaba que podría ser a causa de esa resistencia que, en el fondo, todos tenemos al cambio, porque si hay un lugar propicio para el cambio y para los encuentros "causales" es un aeropuerto o una estación de tren. Un lugar de paso. Donde nadie se queda. Donde todos van o vienen, pero nadie permanece. Como la vida...
Hoy, sin querer, he encontrado la respuesta a mi pregunta en una vieja entrevista a Ismael Serrano que he rescatado del fondo de una caja de cartón, de esas que sirven para almacenar recuerdos imborrables. A él tampoco le gustan las estaciones ni los aeropuertos. Será, dice, porque en esos lugares hay tantas despedidas que la energía del adios se impregna en todas partes y se pega también a tu cuerpo. Demasiadas historias de adios: despedidas que son definitivas en ocasiones. Puede que sea por eso. Pero, a pesar de que pasan los años y de que cada vez que pongo el pie en un aeropuerto o en una estación es para emprender una nueva aventura, no me acostumbro a ello. Como Ismael.
Me dormiré escuchándolo: " Qué andarás haciendo ahora..." ( y él, ¿que estará haciendo?)